Urbanita (Digital)
Proviene del inglés urbanite y es un adjetivo que se utiliza para definir una persona o grupo que habita en la ciudad. Suele referirse a sujetos cuya cultura, forjada en la ciudad, está totalmente desvinculada de las formas de vida propias de las sociedades o paisajes rurales. El/la urbanita no solo no conoce los saberes propios del campo; tampoco entiende su genealogía y desconoce las técnicas, usos y prácticas rurales. Su hábitat es la ciudad y es ahí donde se desenvuelve con soltura porque conoce y participa de sus códigos sociales.
El proceso de urbanización es global y también la cultura urbana, no obstante, si el antónimo de urbano es rural, en el caso de urbanita, la cara opuesta no tiene una distinción tan clara y además padece connotaciones negativas. En el caso español, ser de pueblo, arrastra un refuerzo negativo importante con base histórica. Al comienzo de la dictadura franquista existía en España una autarquía aislada que equiparaba la ruralidad con valores positivos propios de la patria (espíritu de superación y sacrificio del hombre de campo). A finales de los años cincuenta del siglo XX se produjo un cambio de paradigma dentro de la dictadura hacia un gobierno tecnócrata, que propició políticas de éxodo rural hacia las ciudades, en una fase de industrialización acelerada bajo el auspicio de los llamados Planes de Estabilización. Este cambio supuso el llamado éxodo rural español (1959-1975), que fue, además, acompañado de una propaganda institucional que pretendía la desacreditación y la caricatura del hombre y la mujer de campo, acompañada de una falta perpetua de inversiones públicas en las áreas rurales. La gente de pueblo pasó a ser representada como atrasada, vulgar, cateta, etc., frente a los urbanitas, que eran cultos, cosmopolitas y educados. Todo este proceso, que es solo un imaginario, ha seguido hasta épocas recientes y solo, hasta ya pasado el siglo XX, ha empezado a cambiar; no obstante, el/la urbanita aún se percibe como una persona más moderna y capaz de enfrentar los retos actuales, especialmente aquellos que tienen que ver con la tecnología y redes de la información. En comunidades rurales más aisladas geográficamente el urbanita puede padecer cierto desdén y considerarse cómo un forastero.
La sociedad se hace velozmente más tecnológica, incluido el campo, que se ha ido adaptando a un modo de vida típicamente urbano, gracias a las mejoras en la conexión a la red y la cobertura móvil. Hasta hace unos años esta red era muy deficiente y ahora está mejorada (aunque no carente de problemas) gracias a inversiones públicas potentes. Es con relación a la red en donde aparecen los llamados “urbanitas digitales”, que no son más que profesionales que dependen del trabajo en la red y que, renegando de las cada vez mayores dificultades socioeconómicas que encuentran en sus urbes, deciden aprovechar las ventajas del campo (de tipo socioeconómico principalmente, pero también en el ámbito emocional) para residir de forma más o menos permanente en un pueblo. Este fenómeno, potente en algunos países de Europa, está aún poco desarrollado en España, aunque se intenta su promoción, pues se postula como una solución parcial a la despoblación rural.
Si en los años de dictadura fueron artistas y “hippies” los pioneros que se asentaron en el campo (paradigmático es el caso de Ibiza a mayor escala; Vilafamés en Castellón a menor escala, y más recientemente destaca la Aldea de Ahillas en la comarca de la Serranía), los urbanitas que se establecen hoy en zonas rurales responden principalmente a trabajadores del sector terciario que realizan movimientos pendulares hacia las capitales (ejemplo en la Comunitat son poblaciones rurales relativamente cercanas a capitales, como Olocau, Gátova, Casinos y Pedralba en relación a Valencia, o Cabanes y Pobla Tornesa en relación a Castellón).
Los turistas son los urbanitas más ajenos a los quehaceres cotidianos de los lugares que visitan, pero, a la par, constituyen la principal fuente de renta (el paradigma es el municipio del interior alicantino de Guadalest). Decir turista es también una simplificación, pues los hay que demandan todas las comodidades disponibles en la ciudad y la contraparte, que busca un acercamiento con las prácticas ganaderas y agrícolas propias de las masías tradicionales (en Benassal, Ares del Maestre, Culla y Morella existen alojamientos de este tipo).
A pesar de lo apuntado, la realidad es que la concentración en las grandes urbes crece potentemente en todo el mundo. Cada vez somos más urbanitas y hay más urbanitas; crece el estilo de vida urbano favorecido por su dispersión distorsionada desde las redes sociales. El futuro del urbanita como sujeto parece asegurado, pero no el del adjetivo, pues si desaparece todo lo que define al pueblo, ya no habrá motivo de comparación y será un término inútil, o a lo sumo, de utilidad académica.
