Sol
De sol a sol: memoria y futuro rural
Bajo el sol, en la huerta de La Sénia, se sentaba cada tarde en una silla que había rescatado del olvido, rota y abandonada, y que él mismo reparó con un par de maderas, con la paciencia de quien repara el mundo a su manera. Y allí se sentaba buscando la sombra
del ciruelo que plantó años atrás, junto a su pequeña caseta de tablas, ensambladas con esmero, guiado por la intuición. Allí, él me contaba muchas historias que han quedado grabadas en mi memoria como un eco del mundo que habitó mi abuelo. Una de las frases que me repetía decía que en el pueblo siempre ha habido que “trabajar de sol a sol.”
“De sol a sol”. No era una queja, ni una frase hecha. Era la manera en que explicaba el ritmo de su vida. De sol a sol se trabajaba, se vivía, se aprendía. Era una expresión que definía una forma de marcar el día no con relojes, sino con luz. Con la certeza de que el amanecer traía tarea y el ocaso, merecido descanso. “De sol a sol” era también una forma de transmitir valores: esfuerzo, constancia, respeto por los ciclos de la vida.
En una época en la que los días se alargan artificialmente bajo luces frías y pantallas azules, en la que el tiempo se mide en productividad y no por las lunas, tal vez debamos repensar el concepto de “de sol a sol”. No como nostalgia, sino como guía. Porque el Sol se puede convertir hoy en motor.
Las comunidades rurales pueden ser escenarios de revolución solar, al tiempo que son espacios de pensamiento lento y profundo, donde se cuestione no sólo cómo producir energía, sino para qué, para quién, a qué ritmo. La transición energética debe ser también ecológica y social y no se sostiene si se mantiene un modelo depredador. No será justa si no respeta los paisajes, las culturas y los ritmos del mundo rural.
La expansión de las energías renovables y en particular, de la solar, lleva consigo un nuevo debate al medio rural sobre la necesidad urgente de descarbonizar nuestras fuentes energéticas para mitigar el cambio climático, generando una brecha entre los que apuestan por la energía solar sin límites a través del desarrollo de grandes parques y los que ven la amenaza para los paisajes, los modos de vida y los vínculos profundos que las comunidades rurales mantienen con su entorno. ¿Pueden haber puntos de encuentro?
La energía fotovoltaica representa una de las soluciones más eficientes, limpias y escalables frente a la crisis climática. Una crisis climática que avanza y a la que hay que enfrentarse con medidas urgentes y contundentes. Necesitamos una apuesta clara por las renovables para mitigar el cambio climático reduciendo las emisiones de CO2 y también para garantizar una energía accesible y competitiva en el medio y largo plazo. No se trata de especulación, sino de resiliencia. El mundo rural está entre los territorios más vulnerables a los impactos del cambio climático: temperaturas cada vez más elevadas, sequías prolongadas, incendios, escasez hídrica y fenómenos meteorológicos extremos.
Debemos adaptarnos y prepararnos para un futuro donde estos escenarios serán más frecuentes e intensos. Por esto la urgencia climática no puede posponerse, es fundamental avanzar hacia una neutralidad climática y balance cero de emisiones. Sin embargo, el despliegue masivo de huertos solares en el medio rural afectan a grandes extensiones de terreno, alterando los usos del suelo, afectando a la biodiversidad local y generando una percepción de “colonización energética” desde lo urbano hacia lo rural. No toda superficie libre es un espacio “vacío” o “disponible” ya que muchos de los terrenos que se consideran “marginales” tienen un alto valor ecológico, agrícola o identitario. La solución no pasa tanto por elegir entre “sí o no” a los paneles solares sino por repensar cómo, dónde, para quién y con qué gobernanza se desarrollan estos proyectos.
La Comunidad Valenciana tiene una superficie total de 23.255 km². Si dedicáramos tan solo un 1% de ese territorio, unos 232 km², a instalaciones fotovoltaicas bien diseñadas y distribuidas, podríamos generar aproximadamente 25.000 GWh al año, es decir, cubrir la totalidad de la demanda energética anual de la región valenciana. Por tanto, no se trata de ocupar ni colonizar el territorio, sino de repensarlo con inteligencia: priorizando espacios compatibles, fomentando modelos innovadores y buscando siempre el equilibrio entre producción, paisaje y vida rural. Un 1% del territorio bien distribuido y ordenado podría ser una gran parte de la solución. Hay otros muchos factores que determinarán la viabilidad de las instalaciones pero el punto de encuentro puede comenzar por la escala. El desarrollo de modelos descentralizados, donde las comunidades rurales sean no sólo receptoras sino también propietarias y gestoras de la energía, podría cambiar el sentido de estas instalaciones. Aquí también deben tener un papel las empresas (mejor si son locales) e incluso los grupos de inversión que permitan facilitar el desarrollo de algunos proyectos, pero respetemos ciertos criterios y límites.
El paisaje rural no tiene por qué quedar atrapado en una dicotomía entre conservación y desarrollo energético. Puede y debe, abrirse a una nueva dimensión donde los almendros, olivos y viñedos convivan armónicamente con campos solares proporcionados, dando lugar a un mosaico productivo y estéticamente renovado. La integración de soluciones mixtas como la agrovoltaica, donde la producción agrícola y la generación de energía coexisten también pueden ser una alternativa en algunos lugares. Cabe innovar desde lo social y lo ambiental y no solo desde lo tecnológico y lo económico.
Hay que liderar un cambio desde la gobernanza local, integrar criterios ecológicos y paisajísticos en la planificación y contar con expertos en ordenación territorial, biodiversidad
y cultura rural en los procesos de decisión.
En definitiva, el Sol, que ha sido durante siglos aliado del campo, puede volver a serlo.
Hoy en la huerta de la Senia no está aquella silla reparada, ni el ciruelo que plantó mi abuelo, tampoco la caseta de madera. El escenario ha cambiado inevitablemente con el tiempo, pero la esencia de cómo estar en el mundo se mantiene, de sol a sol, siguiendo la intuición y la lógica de lo natural. Aceptar los cambios es necesario pero hacer que “de sol a sol” vuelva a sonar, no como condena, sino como promesa es posible. Como forma de vivir con el planeta y no contra él.
