Vacío
Afortunadamente etiquetas como vacío o vaciado nunca se han aplicado a nuestro rural. Porqué si alguna alma cándida y pobre de espíritu lo hiciese se haría necesario dejar claro que, aunque se dijese lo contrario, el rural está lleno de personas haciendo cosas: agricultores y ganaderos, comerciantes, artesanos, pequeñas industrias, gente de la cultura, profesionales liberales, autónomos, asociaciones culturales y ambientales, colectivos sociales de todo tipo. Allí están los campos y ganados que producen la mayoría de nuestra comida. También los bosques que limpian nuestro aire y ayudan a que se produzcan las lluvias. Y, desde luego, los montes donde nacen los ríos que nos dan de beber. ¿Cómo que está vacío?
¿Qué se escondería detrás de esa etiqueta de “vacío” y “vaciado” que se aplicaría con tanta alegría a nuestro rural? Si una tierra está vacía podríamos hacer en ella a nuestra voluntad, ¿no? Podríamos acaparar tierras y crear nuevos latifundios con cualquier excusa y eliminar una clase social agraria garante de nuestra soberanía alimentaria. Podríamos llevar allí todo aquello molesto o peligroso en la ciudad: vertederos, instalaciones insalubres o contaminantes, megaplantas de energía, etc. Si está vacía, podríamos expoliar sus recursos naturales a cambio de nada o, quizás, podríamos engañar a los nativos y decirles que a cambio les proporcionaremos -esta vez sí y de verdad de la buena- alguno de los servicios a los que deberían de tener derecho por vivir en una sociedad tan justa y equitativa como lo es la nuestra.
Si está vacío o vaciado y lo poco que hay no cuenta, se les podría imponer una imagen y una realidad que no es la suya. Les podríamos decir cómo son, qué quieren, qué necesitan, qué tienen que ser y qué va a ser de ellos. Siempre por su bien, porqué detrás no hay ningún interés ni nada espurio que se le parezca. Por no haber, no hay ni una parte que se beneficie más que la otra de esta relación tan bonita. Suerte que todo esto lo tenemos que poner en condicional, porqué, que se sepa, nunca ha pasado. Por ejemplo, nunca se ha llamado insolidaria a gente del rural que ha mostrado sus objeciones a esa nueva vía de alta velocidad que les jodía un poco el paisaje que les alegra la vista y atrae un poco de turismo. Jamás de los jamases se les ha dicho que son unos egoístas que no quieren que nada les ensucie un poco ese patio tan vacío que tienen. Por no hablar de lo bonito que sería ver como los trenes pasan a toda velocidad llenos de otras personas que tienen más dinero y el placer de vivir cerca de las estaciones. De haber pasado esto, esos rurales insolidarios ser merecerían que -por lo menos- les cerrásemos alguna de sus múltiples escuelas, uno o dos de esos numerosos consultorios médicos y hospitales que tienen a patadas y por vicio, que perdiesen algunas de esas sedes de universidad que lo plagan o los grandes centros públicos de empleo (archivos, sedes varias, etc.) que les sobran y que tanto bien harían en cualquier ciudad o capital creando empleo y riqueza. Que bien que esto no pase y las ciudades continúen igual de llenas de minas, cotos, megaplantas energéticas, vertederos y otras mil molestias que generan poco empleo y mal pagado.
Si alguien creyese y obrase como si el rural estuviese vacío: ¿No se merecerían las personas del rural, esas que estarían cada día luchando para mejorar sus pueblos qué luchásemos un poco a su lado antes de darnos por vencidos? Sería lo normal en una sociedad, como dice ser la nuestra, que cree en los derechos y basada en la equidad y la igualdad. Pero no sería eso lo peor del discurso de los vacíos y los vaciados. Lo más putrefacto de esa afirmación sería su derrotismo y cómo serviría de excusa para no hacer nada y dejar que el rural se perdiese. Un sitio vacío no necesita nada y no hay personas a las que mejorarles la vida. Solo quedaría esperar al milagro que atrajese nuevos pobladores y, sobre todo, nuevos usos y utilidades para estas tierras inútiles. Si estuviese vacío, como mucho, el rural podría servir para organizar jornadas sobre la España Vaciada financiadas con mucho dinero público y con el apoyo de grupos mediáticos. Eventos para darle vueltas y vueltas a los diagnósticos pero sin ofrecer una solución que parecería interesar poco.
Yendo un poco más allá en la ficción, la aplicación de la etiqueta vacío sería, además, un ejercicio de nostalgia hueca en la que todo pasado sería mejor por el simple hecho de que en un sitio vivían más personas. Sería, por ejemplo, ignorar que los sistemas territoriales existen y que la población que alberga un territorio depende de fenómenos sociales y ambientales complejos y es parte de ciclos históricos. Sería, también, olvidar que en ese pasado idílico y deseable se crearon las condiciones para la despoblación y el despoblamiento actual. En el fondo la aplicación de esa etiqueta de vacío sería dar más importancia a “¿cuántos son?” frente a otras preguntas más incómodas y pertinentes tales como “¿qué necesitan?” o “¿cómo están?”
Pero, ¿a quién le podría interesar aplicar la etiqueta de vacío a nuestro rural y para qué? Quizás la respuesta sería a aquellos que no quieren que nada cambie. Porqué resolver el problema real tras la etiqueta pasaría por una sociedad menos tóxica. Una que repartiese mejor las plusvalías y las redistribuyese, una que compensase daños y perjuicios, que velase por la equidad de la inversión pública para evitar territorios de segunda. Una sociedad en la que unos pocos no pudiesen esquilmar al resto en función de sus intereses. Si el rural estuviese vacío o vaciado y hubiese que solucionarlo, haría necesario un cambio de modelo para sustituir a uno de explotación al que ya se le verían demasiado las costuras. Afortunadamente este artículo es ficción y nadie aplica esos adjetivos a nuestro rural con fines interesados. Afortunadamente.
