«Persona laboriosa y previsora». RAE.
Desde la antigüedad, el funcionamiento de la colmena ha sido explicado como metáfora de las organizaciones humanas, asociándose a las abejas un valor simbólico. Los recolectores del paleolítico cortaban brescas de miel colgados desde precarias escalas en los cantiles que luego representaban en pinturas, como las de la Cueva de la araña de Bicorp, que demuestra la importante relación con las abejas que hace ya 7000 años tenían las primeras sociedades recolectoras de nuestro territorio.
La abeja es el animal que más ha llamado la atención por su eusocialidad, constituyéndose en una alegoría del buen gobierno. Gran parte de las civilizaciones de la antigüedad la incluyeron en sus liturgias. Y en las culturas chamánicas a la persona que lograba conectarse con el espíritu de este animal de poder le era mostrado el camino hacia la colaboración y el compromiso con la tribu.
Tanto la antigua Grecia, como la China de Lao Tse explicaron la sociedad de las abejas comparándola con la organización humana desde dos perspectivas diferentes, mantenidas hasta nuestros días, que nos ayudan a comprender nuestro pasado y pueden inspirar nuestro futuro como sociedad.
Aristóteles en su Historia de los animales (s.VI a.c) concibe la colmena como una sociedad donde existen jefes, zánganos y obreras, inaugurando el pensamiento político occidental que aplica la organización jerárquica, piramidal y vertical a todas las esferas de la vida. La sociedad medieval consideraba además que las abejas formaban un ejército liderado por reyes, visión marcial que pervivió con Napoleón que las convirtió en símbolo imperial.
Así, la lectura occidental tradicional de la sociedad de las abejas estuvo dominada históricamente por una visión antropomórfica y jerarquizada de la colmena, y en general del universo y la naturaleza. Dicha jerarquización dominó los asuntos humanos, generando una historia de violencia, desigualdad, competitividad, exclusión y guerras. Una noción del mundo patriarcal e individualista que comportaba un sistema de ascenso y descenso, de mecanismos de selección, asimilación y separación. Y así se explicó también la vida de la colmena, imponiendo cultura sobre naturaleza.
¿Pero, realmente funcionan así las colmenas? Hoy sabemos que ni de lejos tienen una estructura jerárquica. El panal se organiza en torno a la coordinación de haceres. Cada abeja obrera realiza al cabo de su vida todas las tareas de la colmena como limpiadora, nodriza, constructora, guardiana, exploradora, pecoreadora, etc. Existe un comportamiento colectivo sincronizado y espontáneo regido por el beneficio común, sin que ningún agente organice a los demás. Esto se observa en sus danzas de comunicación y en la enjambrazón, haciendo saltar por los aires la idea de jerarquía vertical. Mientras que la denominación de “reina” para la abeja madre, es una categoría humana que hemos extrapolado a seres que no se rigen por ningún sistema de gobierno.
¿Y no podrían los humanos trabajar en beneficio de lo común, como las abejas? En el siglo XVII, Hobbes en su Leviatán se hizo esta misma pregunta, sentenciando que el hombre era un lobo para el hombre y en un estado natural, similar a una colmena, habría una guerra de todos contra todos, planteando la necesidad de una autoridad central fuerte.
Sin embargo, en China los viejos sabios taoístas, contemporáneos a Aristóteles, pensaban que las abejas, como el resto de animales sociales, seguían un orden natural no jerárquico al que llamaban Tao en el que existe una solidaridad común entre el hombre y la naturaleza de la que este forma parte.
Disciplinas más contemporáneas, como la antropología, evidenciaron la existencia de sociedades humanas cuyo funcionamiento no era jerárquico, y han defendido que hasta el Neolítico, los humanos vivían en un colectivismo primitivo, en tribus nómadas, económica y políticamente igualitarias, tal y como siguen viviendo algunas sociedades en gran parte del planeta en las que prima lo colectivo.
En los últimos años han emergido diversas relecturas de las organizaciones sociales humanas y animales, que también toman como ejemplo el funcionamiento real de la colmena, transformando los viejos modelos fragmentarios y verticales, en estructuras reticulares complejas en que la diversidad no implica relaciones jerárquicas de superioridad sino de complementariedad, colaboración y comunidad.
Las redes complejas y la heterarquía, términos de reciente introducción en el análisis de las sistemas organizacionales, son en realidad el modo en que funciona y se estructura la colmena. De hecho, el panal con sus celdas hexagonales tiene una morfología reticular. Por su parte, la heterarquía implicaría a nivel humano un sistema autogestionado y anárquico, es decir libre de controles, no directivo ni punitivo, más cercano a la naturaleza.
En estos sistemas, un colectivo se perpetúa gracias a la auto-organización que mantiene el equilibrio, modificándose y adaptándose al entorno que lo rodea con cierta dosis de desorden que permite su evolución y adaptación a situaciones novedosas, manteniendo el orden suficiente para poder desarrollar procesos y evitar la extinción, como en los enjambres, en los que orden y caos son complementarios y necesarios para la supervivencia de la especie. En este sistema auto-organizativo de redes complejas no existe ningún control, sino autorregulación, co-evolución, aprendizaje recíproco y adaptación y la información se transfiere muy rápidamente entre unos elementos y otros, como en Internet y las redes sociales, sin necesidad de jerarquía, de forma similar al lenguaje de las abejas.
Las abejas existen desde hace 30 millones de años, demostrando que su organización en red es la más exitosa para sobrevivir. No solo son necesarias para mantener la biodiversidad del planeta. Estudiarlas nos ayudará a afrontar el futuro de nuestra especie, manteniéndonos en esa delgada línea entre caos y orden en la que ellas edifican sus enjambres. En nuestra propia cultura, las primeras comunidades cristianas, las colectivizaciones durante la guerra civil o el movimiento cooperativista se acercaron a esta desjerarquización. En las escuelas rurales republicanas, los alumnos interactuaban con apicultores de colmenas de corcho y visitaban fábricas de cera. Es importante que nuestros niños y jóvenes sigan cercanos a las abejas y a la sabiduría sobre la naturaleza y la vida en común que nos proporcionan.
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